Este récord llega empañado por la ausencia de su difunto marido, varios conflictos familiares y una salud debilitada.

Menuda, de caminar pausado, sonrisa franca y mano firme. Así es Isabel II, la reina más longeva y quien este domingo, 6 de febrero, se convirtió en la única monarca británica que cumple 70 años en el trono.

Si bien la monarquía no cumple un papel ejecutivo, en estas siete décadas, Isabel II se ha convertido en una figura central en la vida de la nación, siendo el foco de identidad, unidad y orgullo británicos, además de darle un sentido de “estabilidad y continuidad al país”, según explican expertos.

No obstante, la celebración de este hito histórico tendrá que esperar hasta junio. El Palacio de Buckingham fijó entre el 2 y el 5 de junio la gran fiesta, con actividades pomposas alrededor del país y un almuerzo de jubileo en los jardines palaciegos.

Dilatar el festejo se explica por dos razones. La primera porque, a sus 95 años, la monarca tiene que cuidar su delicada salud, y festejar en pleno invierno no sería lo ideal. Y la segunda porque Isabel ve este 6 de febrero con sentimientos encontrados, dado que es el mismo día en el que se cumple el 70.º aniversario del fallecimiento de su padre, el rey Jorge V, además de que es la primera vez que estará sin su amado esposo, el duque de Edimburgo, quien falleció hace un año.

“La reina está por encima de todas estas celebraciones”, dijo Mónica Elliston, experta en temas de la realeza, al comentar que Isabel II “nació y creció para servir y eso lo tiene grabado en su sangre”.


En su nombre se refleja ese sentimiento: Isabel Alexandra Mary, oficialmente Isabel II, por la gracia de Dios, del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y de sus otros reinos y territorios reina, jefe de la mancomunidad, defensora de la fe, (nacida el 21 de abril de 1926, Londres, Inglaterra). Ese es el título oficial de la soberana, que entra hoy a la historia como la más longeva que ha regido los destinos de esta nación de más 64 millones de habitantes, desde el 6 de febrero de 1952.

Su vida abarca casi un siglo de historia, siendo testigo y partícipe de las decisiones políticas y económicas más importantes, no solo de su país, sino de la geopolítica mundial, desde la Segunda Guerra Mundial hasta el covid-19.Isabel II ha vivido, sin cuestionar, el mandato impuesto desde su nacimiento de “vivir para servir”, como lo aseguran sus biógrafos. La soberana ha gobernado los destinos de millares de súbditos, pero también el de su prolífica familia, incluidos sus cuatro hijos, ocho nietos y 12 bisnietos.

Desde que accedió al trono, en tiempos de la decadencia del poder imperial de Gran Bretaña, Isabel se granjeó ese halo como matriarca de generaciones de británicos, que le ha valido ser considerada como símbolo de estabilidad.

Un año para no olvidar

En sus siete décadas como monarca, la reina parecía cada vez más consciente del papel moderno de la monarquía, permitiendo, por ejemplo, la televisión de la vida doméstica de la familia real en 1970 y tolerando la disolución formal del matrimonio de su hermana en 1978.

Lo cierto es que su destino como soberana lo marcó uno de los escándalos de amor más icónicos del siglo pasado y que puso a tambalear a la corona británica.

1992 es un año que Isabel definió como el “annus horribilis” de la familia real. El príncipe Carlos y su esposa, Diana, princesa de Gales, se separaron, al igual que el príncipe Andrés y su esposa, Sarah, duquesa de York. Además, Ana se divorció y un incendio destruyó la residencia real del Castillo de Windsor.

La separación y posterior divorcio (1996) de Carlos y la inmensamente popular Diana erosionaron aún más el apoyo a la familia real, que algunos consideraban anticuada e insensible. Las críticas se intensificaron después de la muerte de Diana en 1997, sobre todo cuando la reina inicialmente se negó a permitir que la bandera nacional ondeara a media asta sobre el Palacio de Buckingham.

Desde entonces, la reina ha intentado mostrar una imagen menos sofocante y tradicional. Pero en los últimos dos años, Isabel no dudó en mostrar su mano de hierro con su propia familia.

Tras consultar con su hijo mayor y heredero, el príncipe Carlos, y su nieto el príncipe Guillermo, según los medios, la reina optó por apartar al príncipe Andrés, cuya amistad con el empresario Jeffrey Epstein, procesado por abuso de menores, ha tenido un impacto en la familia real británica.

A la soberana no le tembló la mano para retirarle los títulos nobiliarios y militares a Andrés para que enfrente, como un ciudadano común, el posible juicio en Nueva York tras ser acusado de abusar sexualmente de una menor hace dos décadas.

Al margen del duque de York, la reina afronta aún las consecuencias de la salida de los duques de Sussex, Enrique y Meghan, de la casa real, después de las acusaciones de racismo que hizo en 2021 la duquesa contra la realeza y la acción judicial que emprendió el duque en relación con su seguridad.

Enrique, que vive en EE. UU., ha acudido a la justicia porque, en virtud de los acuerdos alcanzados con su familia al retirarse de la realeza en 2020, no puede pagar a la policía por la seguridad de su familia, como él quiere, cuando está en el Reino Unido.

Así las cosas, “nadie en su familia hace nada sin contar con la venia de Isabel II, quien favorece la simplicidad en la vida de la corte, además de estar al día de los negocios del Gobierno, de los deberes tradicionales y ceremoniales”, tal como señalan allegados a la monarca que parece eterna.