Un miembro de Los Choneros delató su ubicación. Inteligencia militar, leyes recientes y presión ciudadana sellaron el operativo que terminó con la detención de alias «FITO».
La caída de José Adolfo Macías, alias Fito, cabecilla de Los Choneros, no fue fruto del azar. Una llamada anónima al 131, línea del Plan de Recompensas del Bloque de Seguridad, entregó la pista decisiva. Quien proporcionó la información pertenecía a la misma estructura criminal, marcando un hecho clave: la traición interna como punto de quiebre.
Fito se escondía en una vivienda ubicada entre los cantones de Manta y Montecristi, en la provincia de Manabí, cerca del redondel La Tejedora. El inmueble, que pertenecía a un familiar cercano, tenía una estructura tipo búnker. El líder criminal fue hallado bajo una trampa de cemento de 50 centímetros de espesor camuflada con baldosas, ubicada en la cocina.
Las Fuerzas Armadas desplegaron una operación quirúrgica con tres equipos de combate, una unidad especial y cerca de 200 soldados. El cerco se cerró solo cuando la información fue verificada por inteligencia militar, demostrando la coordinación estratégica entre los órganos de seguridad.
La nueva Ley de Inteligencia permitió interceptaciones telefónicas, triangulación de llamadas y el uso de drones para vigilancia aérea. Además, semanas antes del operativo, el Ejército lanzó panfletos con forma de billetes de USD 100 en sectores controlados por bandas, incentivando la colaboración ciudadana.
El operativo concluyó con cinco personas detenidas, incluido alias Fito. De acuerdo con cifras oficiales, se han entregado alrededor de USD 300.000 en recompensas por información sobre líderes del crimen organizado. Esta captura es el resultado de una combinación letal: traición, inteligencia, tecnología y presión estratégica.