La sobrepoblación de animales callejeros ha afectado a los albergues que los acogen. La capital de los ecuatorianos tiene más de 700 mil perros vagabundos.
Hasta antes de la pandemia por COVID-19 (marzo 2020), en Quito había un promedio de 600.000 perros abandonados. Actualmente, hay un promedio de 183 canes vagabundos por cada kilómetro cuadrado, es decir, 770.000.
La competencia del control y manejo de la fauna urbana recae sobre el Municipio, señala Nathalia Sotomayor, médico-veterinaria, quien señala que no ha existido una gestión integral para detener la sobrepoblación de perros callejeros.
“Los albergues dedicados a rescatar animales se han complicado debido al aumento de abandonos, falta de donaciones de alimentos y escasos recursos económicos para pagar cuentas veterinarias”, dice Sotomayor, quien colabora con fundaciones.
Norma insuficiente
El abandono de animales de compañía no es nuevo en Quito, pero con la Ordenanza 019, que el Municipio aprobó el 5 de enero de 2021 se esperaba disminuir los índices de esta problemática. En la norma se califica el abandono como una infracción muy grave, que se sanciona con una multa de 10 salarios básicos unificados.
Si bien ha habido casos referentes, como el de ‘Algodón’, un perro abandonado cuyo dueño fue identificado, gracias a cámaras de videovigilancia, y multado. Dar con todos los ciudadanos que abandonan mascotas es una tarea compleja.
El abandono de perros y gatos, en Quito se incrementó – según datos del Municipio de Quito– a raíz de la crisis sanitaria generada por la Covid-19. El Municipio, a través de la Secretaría de Salud y Urbanimal, registró un aumento en el número de abandonos: pasó de 1 a 10 casos diarios en abril de 2020.
Martina Benavides, animalista y voluntaria de albergues, dice que muchos perros abandonados “en algún momento tuvieron un hogar”. Otro problema – dice– es que pese a la ordenanza aún hay compra de animales. “Las personas que abandonaron un animal, vuelven a comprar otro y los vuelven a abandonar, hay una cultura de creer que las mascotas son adornos y no seres vivos”, señala.
Labor de los refugios
Tanto Sotomayor como Benavides resaltan que tener albergues, ya sean municipales o privados, no es la solución, ya que si no se evita la sobrepoblación estos sitios están destinados a colapsar.
Además, el hecho de permanecer en refugios, por largo tiempo, hace que los animales experimenten problemas de salud mental, por el estrés de estar encerrados. Cuando esto pasa, en otros países, se determina que los animales ya no son adoptables y son eutanasiados.
En la ciudad, los refugios solo deberían servir para recibir a perros cuyos dueños, por cualquier razón, ya no pueden tenerlos o en caso de que hayan sido maltratados y deban ser rescatados.
Reducir los casos
La respuesta no es tener refugios grandes, sino trabajar con base en tres pasos que la Unidad de Bienestar Animal promociona: atrapar, esterilizar y retornar, puesto que la mayoría de animales de la calle tienen dueños a quienes no se les aplican las sanciones, pese a que la ordenanza exige que cada mascota tenga un collar de identificación.
Para ambas expertas, la siguiente gestión municipal requiere de aplicar a cabalidad la ordenanza, continuar con esterilizaciones masivas y campañas educativas sobre lo que conlleva tener una mascota.